Un encuentro por los sueños

por René Fuentes.

En la tarde del lunes 14 de abril, una selección de académicos nacionales e internacionales visitó una escuela pública montevideana, en el marco del IV Congreso Internacional de Emprendimiento, organizado por AFIDE, en alianza con la Universidad de la República, la Cátedra de Emprendedores de la Universidad de Salamanca (CEUSAL) y la Red Temática de Emprendedurismo de la UdelaR (EMPRENUR), que se desarrolló en Uruguay desde el 11 hasta el 14 de abril.

La previa

En el comienzo de un largo y ancho pasillo, los chiquilines están sentados en el suelo con las túnicas blancas y las moñas azules. Son muchos, tantos que no cabrían en un aula. Están ansiosos por encontrarse de una vez por todas con esos invitados importantes que anunció la directora. Y cuando en medio de la espera las maestras tratan de poner un poco de orden para que continúen callados y sentados, más de uno desobedece y otros ríen y conversan para entretenerse.

Cualquiera que entre por la puerta principal de la escuela 195 de Montevideo, ubicada en la calle Carreras Nacionales 3763, en el barrio Ituzaingó, lo primero que  puede leer en la pared de enfrente es una frase de Artigas que dice:  “Haber sido útil a la patria es ya bastante premio”. Y lo que ocurrió hoy en este encuentro entre académicos universitarios de varios países y los alumnos de esta escuela de un barrio obrero tiene mucho que ver con esa forma de “utilidad”. Lo mejor es que el encuentro funcionó y no hubo discursos oficiales ni palabras grandilocuentes. Hubo, sí, un espacio escolar,  tanta niñez ávida de nuevas experiencias y una propuesta basada en el juego.

Académicos y escolares a la cancha

Cuando por fin los académicos invitados llegaron a la escuela, fueron recibidos por los niños y su algarabía. Nada fácil. La directora de la escuela habló brevemente. Luego, entre los visitantes, apareció José Carlos Sánchez: un hombre barbado y canoso, más bien delgado, y dijo ser español y académico de la Universidad de Salamanca. Hasta aquí, para los niños, el hombre no había dicho casi nada o se resistían a oírlo. Después el español, con las artes de un viejo maestro, a todos los presentes nos demostró que la atención no se impone ni se pide, se logra y se mantiene con la tenacidad y la delicadeza de un equilibrista. Y eso o algo parecido fue lo que él hizo, una y otra vez. Así, de la manera más sencilla, pidió a los escolares que levantaran y bajaran las manos para aplaudir, para hablar, para encontrar una forma de orden entre sus preguntas y las avalanchas de respuestas. También para darle otro sentido al silencio y las palabras.

Cuando la atención era un hecho, el español dijo algo muy breve sobre el congreso. Por supuesto que los niños no se enteraron de que en un país tan chico como Uruguay es una rareza y casi también un gran acto circense poder organizar y financiar un congreso como éste. Un congreso que reúne a referentes en emprendedurismo de 25 universidades de Argentina, Cuba, Chile, Ecuador, Panamá, Colombia, Brasil, España, Italia, Estados Unidos, Perú, Paraguay, México, Bolivia, Italia, Portugal, Venezuela y Uruguay.

Los niños, las maestras, la directora y todos los presentes sí nos enteramos  de cómo el español, ya acalorado y sin saco, no cedió en sus artes de hacer adivinanzas y de ese modo presentó a sus colegas presentes. Primero fue a un portugués (Silvio Brito). Después a  un italiano (Orazio Licciardello), un peruano (Tula Mendoza Farro),  otro español… Y entre nombre y nombre siempre estuvo la risa y la picardía de los niños. Uno, muy cerca de mí, tenía una liga y apuntaba a una maestra. Por suerte otro niño lo contuvo.

Ya con la atención y la gracia ganadas, apareció con otro juego una panameña (Brizeida Hernández), quien dijo a los niños que tenían que escribir un sueño en una hoja. Y cuando los niños terminaron de escribir, la panameña les pidió que hicieran una pelota de papel y que comenzaran una guerra de papeles. Los pelotazos no se hicieron esperar. La algarabía se redobló.                  

La guerra de los papeles de los niños —a pedido de la panameña, insisto— no tuvo el alcance ni el impacto mediático de los Panamá papers, pero los pocos minutos que duró la diversión fue enorme, incontenible como cualquier momento de felicidad plena. Después la panameña y el español, ya con la corbata floja, empezaron a tratar de poner orden.

Finalmente, la panameña juntó y acomodó sobre una mesa muchos papeles.  Arrugados todos; unos escritos, otros en blanco. Los sueños, no. Los sueños, como la algarabía de los niños y el esfuerzo de las maestras, seguirán avanzando, creciendo en los rincones, escondiéndose en algún lugar de la fronda del eucaliptus de patio… En fin, en cualquier lugar donde puedan estar y seguir a salvo. Porque ¿qué sentido tiene una escuela sin sueños o con sueños cumplidos y terminados?

Cuando de la guerra de papeles sólo quedaba el cansancio, otra vez apareció el español. Esta vez con los brazos llenos y diciendo que traían regalos para todos los niños. Entonces él y la panameña fueron partes humanas de una piñata de cumpleaños. Entonces,  los niños se abalanzaron… El fotógrafo del evento, que siguió la mayoría de las situaciones en un costado del salón, tuvo que apurarse para llegar y sacar algunas fotos del tumulto.

Luego los niños siguieron siendo niños, buenos. Y saludaron, y preguntaron con sus propias palabras y a su modo. Incluso algunos después pidieron autógrafos y conversaron con los académicos. Ya más convencidos de que estos invitados no son tan extraños.

   Una huella vale más que una goleada

En algún momento, entre los papeles y las conversaciones, la profesora María Messina, madre de la escuela y vecina de la cuadra, agradeció a todos y dio fin a la actividad. Ella no fue presentada de ese modo, tampoco como la principal organizadora del congreso. Sí dijo –y la risa de algunos niños pareció confirmarlo– que allí la conocen porque a veces vende panchos en los eventos que organiza la escuela.

Esa “utilidad” profunda y cotidiana: pensé mientras me iba, recordando la frase de Artigas.